lunes, junio 05, 2006

DE LAS PORTADAS DE DISEÑO

Aún no se ha clausurado la Feria del Libro de Madrid y se desconoce cual será el campeón entre los libros firmados y vendidos. Toca comprar libros como langostinos para Navidad, corbatas en el Día del Padre o melones en verano. Nada que se corresponda con un estudio o análisis estadístico pero que es certeza refrendada por datos que resultan del todo esclarecedores. Es el caso de la importancia que concede la “industria” a la portada de los libros. “El primer diálogo del autor con el lector”, dicen. Del fabricante con su cliente, se me ocurre apuntar. Porque, según afirman además los mercaderes que saben de estas cosas, para la confección y realización de lo que es al final “cara” de cada uno de los ejemplares que “hacen rebosar nuestras bibliotecas”, entre los muchos profesionales con los que se cuenta a fin de atraer la atención y seducir al consumidor, algunas veces, se cuenta con quien firma la obra a la venta. Es decir, como con cualquier otro producto- puesto que a eso parece reducirse ya el libro, ausentes las románticas voces que atribuían a las páginas escritas contra crematísticos- prima el anzuelo de la imagen para conseguir que hasta que los que no leen nunca obren el milagro de las tiradas exitosas. Y no lo ocultan. Vale que desde los anaqueles un destello de formas y colores, como una golosina para los ojos, ejerza su magnetismo al margen del contenido mismo del volumen escrito al que represente. Ocurrirá así que, reconocida visualmente la especie de moda a convertir en oro, igual que se identifican perfúmenes y se adquieren en las tiendas del ramo porque, huelan a lo que huelan, ya tienen un nombre e imagen fruto de la constante réplica en todos los medios de comunicación, el indivíduo que acude de paseo a estos mercadillos igual que consume sus horas de ocio en un gran centro comercial, puede adquirir un bonito icono que permanecerá expuesto en su domicilio a la vista de las visitas familiares y fraternales a los que no se les ha de ocultar que se está a la última en todo. Pero, claro, qué van a decir los editores si lo que a ellos les interesa, igual que a los fabricantes de televisores, es vender libros. Y qué dirán los autores, quienes desean que sus libros se vendan muchísimo para dedicarse a dar conferencias olvidadas ya sus oscuras vidas de asalariados. Y las autoridades, que se felicitarán porque la red de bibliotecas e industria del libro dan fe de una ciudadanía inteligente, moderna y culta a pesar de que los niños que terminarán curso este año, por ejemplo, manifiesten un escaso provecho en lo que respecta al estudio de su propia lengua. Los mismos niños y jóvenes que escriben con escandalosas faltas de ortografía ufanándose de ello y que, como sus mayores- no demasiado mejor instruidos- harán bandera de su conversión a la feliz costumbre de la lectura esgrimiendo todos los Códigos que Leonardo y los Templarios han dado y darán mientras convenga al mercado. Así pues, ¿llegarán pronto los diseñadores y modistas para ofrecer el libro de marca?

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