martes, junio 27, 2006

DEL PAPANATISMO POLÍTICO Y LA ESTULTICIA

No hay otra fuente de necedad más grande que la que se origina en el tedio de algunos aspirantes al asiento de poder que corresponda. Es el caso de quienes, más listos que nadie, bucean en los diccionarios, políticos, politicastros y otros, y otras, merodeadoras del presupuesto público, todos generalmente maltratadores de la palabra y agentes notorios de los abusos que sufre el lenguaje, para reclamar derechos de la “patria” o evitar supuestos ultrajes de clase. Por ejemplo, la iniciativa del Bloque Nacionalista Gallego que, mediante una proposición no de ley, urge al Gobierno de España para que se ponga punto final al menosprecio derivado de los significantes quinto y sexto correspondientes a la palabra GALLEGO. Según tal solicitud la Real Academia Española debe suprimir o contextualizar adecuadamente las voces de “tonto” o “tartamudo” que en Costa Rica o en El Salvador son también sinónimos de la palabra dicha. Y para refrendar la “importantísima” reclamación a la que aludo, Francisco Rodríguez, portavoz del partido en el Congreso, según informan en el diario EL PAÍS, afirma que, tales usos proceden de “dos países pequeños y de poca trascendencia que no son representativos“... Luego, concluye con insultos lo que en principio es una demostración de ignorancia que pone al descubierto la escasa identidad cultural y manifiesto imperio de la idiotez en quienes entretienen el tiempo pagado por los ciudadanos para que se les sirva en otros asuntos que no sean las memeces, como decía al principio, fruto del aburrimiento y la frustración de los permanentemente a medias entre el sillón de mando y la nada. Algo a lo que hace alusión el académico Arturo Pérez Reverte en su magnífico artículo SOBRE GALLEGOS Y DICCIONARIOS. Dice Reverte: “Esto demuestra que nadie en el Benegá reflexiona sobre la misión de los diccionarios. Descuido, diríamos. O quizá no es que no reflexionen, sino que no saben. Ignorancia, sería entonces la palabra. Aunque tal vez sepan, pero no les importe, o no entiendan. Se trataría, en tal caso, de demagogia y torpeza. Y cuando descuido, ignorancia, demagogia y torpeza se combinan en política, sucede que en ésta, como en la cárcel del pobre don Miguel de Cervantes, toda imbecilidad tiene su asiento”. Y, aunque lo mejor es leer el artículo citado que no tiene desperdicio, en otra parte añade don Arturo: “En el caso de gallego, esas dos acepciones vinieron de las academias costarricense y salvadoreña. Y no podía ser de otro modo, pues el diccionario, al ser panhispánico, está obligado a dejar constancia de los usos generales, tanto españoles como americanos. Ni crea la lengua, ni puede ocultar la realidad que la lengua representa. Y desde luego, no está concebido para manipularla según los intereses políticos o socialmente correctos del momento, aunque ciertos partidos o colectivos se empeñen en ello. El DRAE realiza un esfuerzo constante por detectar y corregir las definiciones que, por razones históricas o de prejuicios sociales, resultan inútilmente ofensivas. Pero no puede borrar de un plumazo la memoria y la vida de las palabras. Retorcerlas fuera de sentido o de lógica, eliminar merienda de negros, gitanear, hacer el indio, judiada, punto filipino, mal francés, andaluzada, moro, charnego, etcétera, satisfaría a mucha gente de buena fe y a varios notorios cantamañanas; pero privaría de sentido a usos que, desde Cervantes hasta hoy, forman parte de nuestras herramientas léxicas habituales, por desafortunadas que sean. Por supuesto, el día que dejen de utilizarse, la RAE tendrá sumo placer, no en borrarlas del diccionario –los textos que las incluyen seguirán existiendo–, sino en añadirles la feliz abreviatura Desus: Desusado”... Desusado debería ser el cartel que se dispusiera sobre el cerebro de algunos. Por lo menos de éstos que tras cientos de años de vida de una palabra, de una lengua, ahora, precisamente ahora que se sienten autoridad desde ese nacionalismo anacrónico y aberrante que proclaman, van a rebuscar en los diccionarios, no para aprender algo, sino para encontrar nuevas ventajas políticas o conceder carta de naturaleza al absurdo. Son los mismos payasos- y que no se ofendan también los payasos- que pretenden que los muertos gallegos se mueran en gallego y no en español: lápidas que hablarán a la fuerza lo que dicte el legislador nacionalista según se pretende, sea cual fuera la voluntad del finado o de sus deudos. Y, mientras tanto, los verdaderos problemas de la gente, redactados por riguroso orden y guardados en el cajón de los olvidos hasta que lleguen las próximas elecciones.

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