domingo, junio 04, 2006

LA SALAMANDRA

Es domingo y lo que sigue es un cuento digno de día de fiesta. Quiero decir serio, importante, entretenido, mágico y que da qué pensar. Uno de esos hallazgos míos que se producen al dar vueltas y más vueltas por los pasillos de esta inagotable biblioteca que es también internet. Que lo disfruten...

La salamandra
Teresa Martín Taffarel

El invierno se representa con la figura de una salamandra, "espíritu del fuego, figurado en forma de lagarto mítico", que se creía puede vivir en ese elemento increado (Cirlot).
El pequeño Benvi miraba con ojos muy abiertos los duendes del fuego. Sentado en un escabel recorría las figuras que el resplandor de las llamas iba dibujando en aquel rincón de la enorme sala renacentista. Afuera, tras los cristales, el cierzo fustigaba los árboles descarnados con sus trallas heladas. Las campanas de Santa María del Fiore daban las tres, las cuatro, con toques brumosos y plúmbeos. La tarde de diciembre se demoraba en las sombras de la estancia y el niño permanecía como encantado mirando el fuego. Tenía cinco años y sus manos regordetas ya sabían convertir en pequeños gatos, ratones hombrecitos y flores cuanto material blando caía en ellas. Migas, barro, arcilla, láminas de metal flexible, escapaban como juguetes mágicos de sus manos vivas. Pero, a pesar de su corta edad, ya había comprendido que modelar figuras en el fuego sólo era posible con la mirada.
Mientras imaginaba un cortejo de soldaditos que hacían chisporrotear sus armaduras en el campo, listos para el combate, una silueta alargada saltó desde la lumbre y se unió al ardiente batallón. Entraba y salía por las filas entre llamas que no parecían ni tocarlo. Benvi se restregó los ojos. El animalito, con aspecto de lagartija, seguía jugando en medio de los destellos cambiantes. El niño, atrapado por aquel sortilegio, supo que el dragón de las leyendas vivía en el alma de su hogar.
El gran leño se iba consumiendo y, cuando sólo era una brasa, el animal dio un brinco y desapareció junto con todos los soldados. Benvi corrió a buscar a su padre que, en la escribanía de la gran biblioteca, repasaba sus libros abstraído.
- Padre, entre mis soldaditos de fuego, que iban al campo a luchar, apareció un dragón. Y ganaron porque él les ayudó.
El padre guardó silencio durante un momento y luego, con voz conmovida, le dijo:
- Lo que tú has visto, pequeño Benvenuto, es una salamandra. Cuando yo tenía tu edad también la vi y mi padre se encargó de que jamás olvidara ese prodigio. Tú, como yo, tampoco lo olvidarás.
Y levantándose de su alto sillón de durísima entalladura y leñosa superficie, imperturbable, se acercó al niño y le asestó una bofetada. Confundido y maltrecho Benvi oyó entre lágrimas las palabras de su padre:
- Que esta deslumbrante visión, tan pocas veces concedida a los hombres, se te grabe en la memoria.
Y así fue como, aquella tarde de invierno, Benvenuto Cellini conoció el precio que debía pagar para conservar intacta la dolorosa señal con que los dioses favorecen a sus elegidos.

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