sábado, junio 10, 2006

UN GRAN ALIVIO

Entonces el Imperio era Roma Y Europa era Roma. Pero en la península Ibérica un rebelde daba batalla a las legiones con éxito. Tanto que, acabar con la vida del citado caudillo, equivalía a descubrir el punto exacto donde la invulnerabilidad a él atribuida dejaba de tener efectos. Fue el caso del mítico Aquiles y su talón. Pues bien, expuesto a las miserias humanas en las carnes de sus colaboradores, de sus compañeros de armas, pereció Viriato. Y cuando sus asesinos, los que actuaron pensando en las enormes riquezas que se les prometió, demandaron a la Metrópoli lo acordado, recibieron por todo pago la sentencia que ya es universal dicho a la hora de recordar todo suceso parecido: “Roma no paga a traidores”. Ya se sabe. Podrían ser las mismas circunstancias de quienes hayan podido dar el aviso, el chivatazo al ejército estadounidense que ha logrado ejecutar a quien fue uno de sus mayores enemigos en Irak, el jordano Al Zarquai. No lo sé, si embargo es plausible la idea de que alguno de los suyos ofrecieran las señas exactas del lugar contra el que los aviones que actuaron como verdugos dirigieron su ataque. Mas, lo que importa se aleja de la identidad o identidades que pudieran haber participado en la delación y si tendrán recompensa. Lo que importa es que ha desaparecido un criminal atroz... Y siento un gran alivio. Sí, porque, con saber que el monstruo tuvo una vida sanguinaria como la de pocos, no sólo desde la dirección de la rama de Al Queda en esa zona del Golfo Pérsico ordenando muertes a centenares, sino asesinando con sus propias manos a muchos de quienes fueron sus víctimas, su fin, como escuché ayer que dijo el periodista Ramón Pí, antes que otra cosa, supone para mí un verdadero alivio... Alivio, no exultante alegría, como sé que será celebración de cada uno de los salvajes, fanáticos e iluminados, que se proclaman defensores de no sé qué ideologías por todo el planeta, cada vez que producen daño indiscriminado. Alivio, tremendo alivio, pero nada más... Que tipos como éste, cadáver receptor de todas las atenciones de la actualidad desde su mismo deceso, haya muerto sin siquiera pasar antes por un tribunal, no es plato de mi gusto, pero lo comprendo. Que su último aliento lo diera poco antes de ser arrebatado tan brutalmente como cuentan, me impresiona; pero por el hecho mismo de la muerte, no más que cualquiera de las ocasiones en las que él mismo fue agente del horror. Y sé que la serpiente, como canta Silvio Rodríguez, muerta, da lugar a otra mayor: los asesinos darán lugar a más asesinos. Por eso no batiré palmas, no saldré de copas, no cantaré por las calles. Seguiré a lo mío. Enormemente aliviado gracias a la desaparición de una de las cabezas de la hidra y en espera de advertir, también en España, bien porque la justicia actúe contra los etarras, bien porque se diera el milagroso caso de que decidieran deponer las armas, que una cabeza y otra y otra y otra de la bestia caen en el cesto de los justamente decapitados. Quiero pensar que ese alivio, que no festejo, es algo que también me diferencia de quienes no merecen humanidad.

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