Ciclones, tornados, tifones, tormentas, gota fría, fenómenos atmosféricos de toda la vida en el planeta Tierra, al igual que terremotos y volcanes. Late Gaia y reparte días de maravilla como jornadas de trágico acontecer sin considerar interés humano alguno. Pero luego de la conmoción en Perú, un huracán en el Caribe proporciona noticias de pérdidas económicas, destrozos y población forzada a desplazarse por peligro de muerte. En la página 21 de la edición del martes 21 de agosto, EL MUNDO, ofrece como titular principal de sus informaciones: EL EJÉRCITO MEXICANO SE DESPLIEGA PARA EVITAR SAQUEOS ANTE EL EMBATE DEL “DEAN”. Y en el artículo que firma Aureliano Otero, se da cuenta de los esfuerzos de las autoridades de ese país para evitar en lo posible experiencias similares a las de otras ocasiones- allí se recuerda mucho el año 2005, cuando pasó el Wilma- facilitando la evacuación a zonas más seguras y velando por la integridad de las propiedades. Porque, se diga lo que se diga, esta es la cara más sórdida de la catástrofe. Gentes- seguro que no los más desesperados- actuando conforme a como lo hace la rapiña para beneficiarse sobre terceros y a costa de ellos. Eso sí, no es característica única de estos territorios. Cuecen habas en todos sitios y para los aspectos desagradables de la vida que necesiten cocción siempre hay una olla a punto. O, dicho de otra forma, por lo desalmados que somos se nos llega a conocer y este es un lamentable patrimonio que se desentiende de razas y estados como factor predominante. Mas, como así son las cosas y vienen siendo por los siglos de los siglos, he aquí que contemplo con detenimiento la fotografía de la agencia EFE que ilustra el artículo al que antes hice mención. El pie de la misma responde a la frase que sigue: DOS NIÑOS PERMANECEN DESNUDOS BAJO LA LLUVIA TRAS EL PASO DEL HURACÁN “DEAN” POR LA REPÚBLICA DOMINICANA. Y es como el enunciado dice. Dos muchachos, de un rotundo ébano en la piel, cada uno en un extremo del encuadre fotográfico, cubriéndose las pelvis con las manos, en mitad de lo que se atisba debe ser una carretera y gran vegetación a los lados, mundo de raíces y plantas "acortinadas" por la incesante lluvia… Primero pensé en los dioses de piedra que guardan la entrada a un lugar. Mitología y edades en las que los pobladores de una tierra ignota usan la réplica gigantesca de sus campeones o de las deidades acostumbradas, para persuadir de la necesidad imperiosa de detenerse a viajeros, conquistadores, plagas y otros efectos malditos de la naturaleza, si no desean un fin rápido e inapelable. Porque los muchachos son tan magníficos que pudieran ser titanes- de sobrevivir- en un futuro próximo. Después, sin la influencia cultural de gestas y épica perfectamente reconocibles en la literatura mundial correspondiente, la expresión facial de ambos, en ningún caso parejo con lo que debiera ser orgullo de inmortales, la tendencia a esconder el cuello entre los hombros y la soledad en la que se muestran, confiere al conjunto una instantánea de infortunio que impresiona. Parece que dijeran, “¿Y ahora qué?” “No podemos con esta furia”. Y los cielos que se han trasformado en riada prosiguen en su gasto gigante cual el reverso de lo que nombramos naturalmente magnífico, ignorantes de todo supuesto de vida. Se los va a tragar la tormenta y se convertirán en un número cosa de que concluya en un fantasía macabra: los números las estadísticas son niños como este par de colosos morenos, como madres, trabajadores, gentes que suman su lamento sin la paz de sus tumbas porque, cuando la tierra tiemble, o el trueno anuncie un nuevo diluvio, habrá gentes como estos dos que son los que pagan el tributo de la desidia de sus gobiernos y de lo poco con lo que se conforma la comunidad internacional.
jueves, agosto 23, 2007
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