Despertar esta mañana y oir el anuncio casi fue todo uno: "Mira que te digo nene, hay levantito". Levantito que es furia de eolo y ganas de galerna en las albas crestas de la mar. Un espectáculo para los sentidos, una ocasión estimulante para la razón y las emociones, el poder de la naturaleza dejandose ver sin contención y, a la sombra el sol, las terrazas de los bares recogidas y el ancla presto en el fondo de los bolsillos por si hay que amarrarse a las aceras, será un día de adiós al verano sin que el verano cese... Luego lo ha venido siendo así y resulta un oásis: una levedad en la temperatura que reconcilia a los vecinos con el sueño a la hora de la siesta. Pronto se cerrará la jornada y encuentro este regalo en prosa que firma ANTONIO BURGOS. Vientos, mares, cuidades y gentes. Casi nada.
Vientos y veletas
Por Antonio Burgos
En estas tardes de julio, cuando le están poniendo al puente las banderitas gitanas, la mareíta del anochecer tarda en saltar. Días de calurosas siestas con viento Sur. Mañanas del levante al que en la Vega llaman solano, un viento hecho a la medida de las chicharras. En estas tardes veraniegas de levante, como en las húmedas mañanas decembrinas de surestada con todas las lluvias, no le preguntes al sevillano por los vientos. El sevillano es quizá quien más sabe de lluvias y calores, pero menos de vientos. ¿Cuál es el viento dominante en Sevilla? Ni se le ocurra preguntarlo. Lo del Suroeste lo saben sólo los meteorólogos. Porque aunque tenga una veleta como símbolo, la Giralda, Sevilla es la ciudad que menos sabe de vientos del mundo. Quizá por eso hay tantas veletas, por lo poquito que sabemos de vientos. Hasta catálogos de veletas hay editados, en hermosos libros: la veleta del soldado con bayoneta calada de la Fábrica de Artillería, la veleta del cuervo en la parroquia de San Vicente, las cuatro veletas gemelas de los pináculos de la Casa Lonja... El sevillano, para saber de dónde sopla el viento, tiene que mirar a la veleta. Y a menudo no lo hace para saber de vientos, que los desprecia, sino para saber de aguas que van a caer o se van a alejar. Todo el mundo sabe lo que va a ocurrir con los nubarrones cuando la Giralda mira para Triana. Nadie qué viento sopla cuando mira para la calle Oriente.
A una hora de autopista de Sevilla está, por el contrario, la ciudad de mundo que más sabe de vientos: Cádiz. Dicen que Cádiz está en medio del mar, como un barco varado de cierros blancos y zócalos de piedras ostioneras. Eso dicen. Para mí que está en medio de los vientos. Dicen que su fundador mitológico, como el de Sevilla, es Hércules. Para mí que es hija de Eolo, por cómo sus vecinos saben de vientos. Los oyes por la calle, parados en una esquina, y hablan de vientos. Como la buena educación británica obliga a hablar del tiempo, la cabal cuna gaditana exige hablar de vientos antes que de nada cuando te encuentras por la calle con un amigo o con un conocido:
-- Vaya levantazo...
-- Por cómo se movían las palmeras del Parque Genovés, yo creo que ya mismito va a saltar el poniente.
-- Sí, parece que se están empezando a pelear...
Y narran peleas de vientos, como novios que se disputan a Cádiz, mujer amada. Leyendas de las que por experiencia se sabe siempre el final: al levante sólo le puede vencer el poniente en estas peleas de los vientos. Ese levante que si entra en jueves todo el mundo sabe exactamente cuánto dura, o cuándo se va si salta con marea vacía. Por eso en Cádiz no hay apenas veletas. Cada vecino lleva una veleta en la sensibilidad de su piel. Sale a la calle y nada más que le da el aire, exclama:
-- ¡Vaya ponientazo!
En estas tardes de julio de Sevilla, gaditaneo con mi portero, también un enamorado de la Madre de Todos los Vientos:
-- Vaya levante...
-- Y como hoy es jueves, pues calcule usted hasta cuándo lo vamos a tener...Y, gaditanos traídos aquí por los vientos, ninguno de los dos tiene que mirar más Giralda que la exacta veleta de la memoria de una mar contemplada por la cal y los estucos de los miradores.
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