lunes, agosto 27, 2007

ELOGIO DE LA SOLEDAD


Ayer fue día de no estar con nadie. Por eso la ausencia de alasalamar. Quizás por eso viene a cuento este...




ELOGIO DE LA SOLEDAD


Queda Probado. Es la diferencia que hay, por ejemplo, entre leer en un lugar “exclusivo”, sin el concurso de otra presencia humana que la de quien por las circunstancias que fueren se retira, o someterse al imperio de la comunidad. Mientras lo primero sucede- aunque descartar la oportuna intervención de los agentes de la ley o los servidores municipales responsables del alto o interrupción que a ese propósito pudiera acontecer, es un error- los minutos de las horas cunden en paz y la vida merece la pena. Mas, si la escena antes dicha se puebla de figurantes, sean éstos familiares, amigos o conocidos, raramente se pueden eludir los ruidos de fondo. Porque, como toda actividad humana tiene su sonido, a más intervinientes, más ópera. Además, escapar de las interpelaciones que se dan como plaga de insectos- “¿Por qué página vas?”. “¿Es interesante?”. “¿De qué va?”. “¿Tienes suficiente luz para leer?”. “¿No estarías mejor allí, al resguardo de la corriente?”. “¡Mira, una araña de treinta y cinco patas!”. “Pues la vecina del octavo efe parece ser que un día le puso los cuernos a su marido con el carnicero. Él mismo, el carnicero, que vio como ella le guiñaba un ojo en día de mercado, así lo asegura”. “¡Gol! ¡¡Goool!! ¡¡Gooool!!”- es imposible. A pesar de la “sacralidad” con la que debiera verse el hecho mismo de leer, todo hijo de vecino en ese momento de “Santa Compaña” por allí, prorrumpe en decibelios hablados como los antes propuestos y hace de la posibilidad de lograr el indispensable silencio, tarea cuyo éxito estaría nada más en manos de los del equipo de MISIÓN IMPOSIBLE… En fin. Conforme a lo que vamos, para abordar lo que uno desea sin interferencias, sugerencias, dictados, comentarios o ruegos, decantarse por la soledad ha de ser elección y privilegio. El maestro Luís García Berlanga siempre se declaró partidario de estos postulados y también esta vez le recuerdo como mentor de una filosofía a la que me sumo sin reservas. Según Berlanga, merece la pena prescindir de toda compañía que no se la de uno mismo y sus pertenencias. No para renegar de la pulsión social que nos es propia, pues conviene tratar al mundo cuando es preciso y existen momentos de reunión cotidiana conocidos incluso por el menos docto de los presentes a los que, junto con otros de esparcimiento, dedicamos el tiempo que esa faceta de nuestro ser implica sin rechazo. Sino para permanecer alentando el gusto e inclinaciones que experimentamos al vivir, revestirnos con las emociones y conclusiones eruditas a las que nos pueda mover la contemplación o el pensamiento, y presentarnos con esas galas o valores que los demás agradecerán como mérito que confiere el viajero al contar lo sucedido tras su periplo… Por lo tanto, elogio la soledad y proclamo su excelencia. Porque la soledad, la que uno puede y tiene derecho a elegir, es reducto en el que uno vive sin tener que dar explicaciones a terceros, objetor de toda norma que exceda de la propia y libre de doblar el espinazo como tan corriente es en sociedad. Porque, sólos, estamos sin embargo, con alguien a quien debemos aprecio, respeto, atención y, en consecuencia, necesidad de obrar de tal modo que le facilitemos los nutrientes que precise. Ese alguien somos cada uno de nosotros y, al adoptar este modo de vida dentro de la generalidad, responsable de la excelencia de tales edades. Así pues, la soledad es casa del hombre tranquilo donde, en caso de ser ese nuestro propósito, armamos parte de lo mejor de uno para propia satisfacción y, tal vez, correspondencia con seres que nos tratan como iguales.

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