Encarnada la camiseta, de color tierra el pantalón corto- de la misma tonalidad del mar, sucio de arena por revuelto a estas horas- camina calle arriba uno de los morenos, mercader nocturno, que ofrece su mercancía sobre la manta del paseo playero. Por unos instantes, tal vez creyéndose a salvo de miradas, mueve sus largos brazos como los ídolos musicales del rap que conoce. Habrá que ver si son rimas de otros labios las que entre los suyos propone, o estrofa de cosecha propia, canto a cuento de las muchas cosas que le suceden en una tierra que no es la que le vio nacer. Como sus piernas dan para ello, enseguida llega a los altos de este territorio urbano y desaparece de mi vista. Es conforme a otro entretenimiento visual como sustitutivo. Atiendo a los pinos del parque, gigantes puestos en pie, erguidos hasta confundir de verde las nubes aún a riesgo de perder el cuero cabelludo- fronda “dizque” llaman a la cubierta de hojas así descrita- a causa del riguroso vendaval. Pero no dura mucho. Quiero decir que, aún teniéndolos en mi retina me olvido, atravieso con mis pensamientos las propias imágenes y quedo conmigo a solas. Porque recuerdo haber leído en el periódico la noticia de las multas que han recibido más de dos centenares de empresas alicantinas- convictas de emplear mano de obra inmigrante del modo más canalla posible: sin darles de alta en la seguridad social, a falta de contrato y, me imagino, con unos salarios de miseria- y no salgo de mi asombro. Probablemente, como suele decirse, no son sino la punta del iceberg, la muestra apreciable de un todo que permanece oculto y debería estar sujeto a férrea investigación: no existe otra medida para lograr que aflore todo el fraude presumido. Que no se conozcan todos los que son, todos los delincuentes, verdadero nombre de los empresarios que se valen de personas necesitadas en extremo abundando en una ruindad intolerable, me parece otra de arena administrativamente hablando. Y, ya que la cultura del respeto y acogida leal tan pregonada, de humanidad reconocida plural y diversa, sin resabios racistas o xenófobos, cunde por su ausencia, por desgracia, es la hora de exigir un pronto endurecimiento de las sanciones para este tipo de crímenes. Incluso sin descartar las penas de cárcel para los responsables de tales fechorías. Los que llegan por tierra mar o aire a España y se quedan, merecen integrarse con todas las garantías, derechos y deberes. Y prueba de que es posible estar con todos en la normalidad, en la justicia, es el mismo maltrato, trato punitivo del que son víctima muchos d e los que esperan un horizonte de vida nuevo, siquiera la oportunidad de un respiro mientras las cosas de su tierra mejoran: si los malhechores cuentan con esa mano de obra, aunque aprovechándose de las circunstancias, es que existen posibilidades laborales a partir de las cuales permitir la estancia digna, la existencia cabal de la que los nativos disfrutamos por el sólo hecho de tener aquí nuestras raíces… En fin, estos sinvergüenzas conocidos, digo que más de dos centenares, menospreciaron la existencia de seres humanos que sólo por serlo ya se ganaron el derecho al mínimo de los bienes. Y uno de éstos, digo de los que un día atravesaron un océano a punto de perder la vida precisamente para recuperarla- valor que desconocen los cafres malditos, malditos durante la ceremonia de redactar lo que leen y para siempre- encarnada la camiseta, de color tierra el pantalón corto, demuestra en ocasiones la pasión musical que le hace vibrar. Es aquel que digo caminaba bajo un vespertino simulacro de lluvia, rapeando, seguramente, por sus derechos. El derecho que tiene a vivir sin exponerse a la extorsión de quienes, si no le cargarán de cadenas como los viejos traficantes que partían de puertos africanos en busca de los campos de algodón norteamericanos, procurarán someterle de la manera más indigna posible. El derecho que cree le asiste y figura en esas improvisadas letras inventadas mientras va de unas cuentas cosas a otras tantas de las suyas, a padecer los días de trasporte y carga de un alijo de falsificaciones o producto del robo. El derecho a establecerse a la intemperie esperando que alguno de los muchos paseantes y turistas- que ahora llaman “del bocadillo” porque se han cansado de hacer el gilipuertas pagando por una ración de morcilla precio a la carta de restaurante ultra vanguardista- se atrevan a acercarse y comprar, por ejemplo- “dos “cedés” seis euros”- alguna pieza que registre el refrito de los últimos "ultimísimos" éxitos de Elton John. Las carreras ante la policía, las detenciones, la incautación de la mercancía y, de nuevo, el regreso a los proveedores conocidos- qué no diremos ahora de la mafia- para poner su tenderete a la luz de luna de agosto y ganarse, al menos, una noche en un cuarto que no tenga que compartir con otros cuarenta, también será objeto de canto y de derecho en ese rap. Así pues, que no nos extrañe su presencia, sus canciones, su ambición… No sé si lloverá pero en lo que queda de tarde hoy solo hay sitio de playa para los pescadores. Quizás, erguido tras una manta de relojes, monederos y bolsos…
sábado, agosto 25, 2007
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