sábado, abril 22, 2006

ELOGIO DE LA RUTINA

Siempre hay un momento para quedarse mirando al fondo sin ver nada en absoluto. Si alguien nos contempla así estaremos ofreciendo la imagen de una composición escultural, el registro de una parálisis súbita o la presunción de un estado de videncia durante el cual pudiéramos avistar lo que hay justo detrás de la línea del horizonte límite del alcance de nuestros ojos. Sin embargo, lo más probable, es que, simplemente estemos aburridos. Diremos de la rutina diaria, de estar inmersos en una rueda de actos que se suceden día a día carente ya del mínimo atractivo. Diremos que nos ha invadido el tedio y suplicaremos al vecino, al familiar, al amigo, a los amantes o la tele- tal vez el orden no sea este- “un poquito de por favor”, que dice el actor que encarna al personaje del portero en la serie Aquí No Hay Quien Viva. Consultaremos nuestra agenda- al principio infructuosamente- y terminaremos cambiando constantemente de posición en el sofá de las desdichas- mueble que hay en todas las casas y que cambia de razón y utilidad en cuanto el ánimo se recobra- como león dentro de jaula. Luego, un día ocurre algo o damos con la solución a nuestros desvelos abordando una actividad hasta ese momento no considerada o aparece alguien que nos arrastra y emociona de nuevo. Entonces, estamos salvados. Adiós a la maldita rutina, al aburrimiento sin fin, a la tragedia y el desespero. Mas, con el tiempo, ese algo o ese alguien, se convierten también en parte de lo común, de lo de todos los días, y nos acercamos al terrible abismo por el que ya hemos caído otras veces. Ante tal amenaza, si estuviéramos listos- que sí les hay que lo son y se comportan consecuentemente- tomaríamos medidas para renovar nuestra vida: tanto diligenciando actividades, compañías o proyectos a estrenar, como haciendo que lo que ya está con nosotros cobre valor de flamantemente recién hallado. ¿Y qué hacemos sin embargo? Cualquiera puede responder a eso. Yo lo que digo es que, si en estas de la depresión y el empalago o en otras distintas, si sufrimos un accidente o trastorno convulsivo, a lo primero que recurrimos es a lo familiar, verificamos el perfecto estado de todo ese mundo generalmente tan odiado: nos tentamos el cuerpo como el alma para ver si todo está en su sitio.. Ah, y la cartera también, no sea que... La rutina, al fin, se hace valer y procedemos a repetir lo de todos los días como signo de seguridad y calma. Pues en eso estoy, en la bendita rutina.

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