miércoles, abril 12, 2006

LA BESTIA IMPOSIBLE.

No puede ser un monstruo, no puede serlo este hombre. A pesar de todas las evidencias. Es lo primero que pensé. Frágil, menudo, aniñado y, no obstante...

“No fui yo, fue el otro”.

¿Pero, quién?

“¿Quién?...”

Parco en palabras y de muestra. Así se dice, quedan los perros de caza señalando a la presa, y así parecía el recluso cuya defensa acepté en turno de oficio, tras su respuesta. Sobrio, mas, tremenda y enigmáticamente expresivo. Entre médium que invoca la presencia de algún fantasma e indicador convencido de su aparición. Erguido, con los brazos estirados a lo largo del cuerpo, los músculos y huesos tensos, la simpática nariz prolongándose en el aire, como dilatada, y, sin embargo, perpendicular al suelo y en su sitio.

¿Pero dónde?

Y esto es lo último que recuerdo.

Es lo último que recuerdo, señor juez, aunque los médicos dicen que, por suerte, ninguna de las lesiones que sufrí ha supuesto oportunidad de olvido o deterioro de mi memoria.

Y ahora que no me escucha, señor juez, le digo para mí mismo, que no podré contarle nunca lo que es el horror.

Aquel hombre no fue, fue el otro.

¿Quién?

Era una celda aislada, calabozo de extrema seguridad: solo convicto y abogado dentro y un centinela en el exterior.

“¿Quién?... “

¿Dónde?

Frágil, menudo, aniñado, sujetas las manos a la espalda con esposas, encadenados los pies y con una máscara facial que permitía la respiración y el habla nada más. Pero su gemelo, el que surgió proyectado desde su propio cuerpo y encarnado entre las sombras imposibles de la muy bien iluminada habitación, resultó rápido y carnicero como un escualo voraz.

Vivo, señor juez, porque la fiera estaba saciada a esa hora.

No hay comentarios: