
Porque hoy es 6 de diciembre de 2009
Mentiría si dijera que, de entre mis sentidos, es el olfato el que ejercito con más éxito. Sin embargo, hace un minuto, viniendo de la cocina hasta la sala de este piso nuestro, mientras convocabas a Morfeo a fin de reposar felizmente, te reconocí acompañándome… Nada digo de desdoblamientos ni de otras presencias paranormales. Es que el aroma de esos pitillos que fumas, los de todos los días, los que, sin duda, pasan desapercibidos para mí después de la incandescencia habitual y propia de antes o después de las comidas, quizás como otras veces, columpiándose sobre las moléculas de aire en ese momento estanco porque las ventas permanecen cerradas- el otoño reclama ya su óbolo de austeridad y abrigo- esa emanación, digo, ha sido detectada por mi pituitaria. Es un olor que no identificaré como pigmento que te represente, pero, sin ser tu perfume, sin resultar fragancia personal o artificial que constituya seña o razón de ti, ahora es la prolongación de los besos con los que nos hemos dado las buenas noches, de los abrazos, del cariño, en fin, sin aspavientos ni otro exceso sentimental. Fue la ocasión para la ternura última de todos los días y reconocerte aún conmigo, puesto que reconozco tus rastros, porque sé de los entresijos de todo lo que supones, me llena de contento. Yo no sabré expresarte mi amor tan a menudo como a ti te gustaría, ya sabes que los hombres somos de un solo aserto y, dada nuestra palabra, semejante al monolito que siempre está a la vista- constante justificado por nuestros propios actos, según confiamos- descartamos abundar en lo que, por otra parte, vosotras necesitáis tanto. Así que, sin oropeles, sin ecos de las voces de los poetas, nada más y en breve, TE QUIERO… Por cierto, ¿me das fuego?
Ella me dio noticias y, sin embargo, no alcanzó a advertir lo que en realidad sucedía. Contemplábamos el inalcanzable horizonte, interesados justo allá donde nuestros ojos obraban cual espéculos ineficaces, al fondo, donde el oleaje pareciera enmascararse confundiendo la noción de arriba y abajo. Fue entonces cuando llamó mi atención para que observara un velero. Estaba a la altura de la isla de Tabarca y el efecto óptico, dada nuestra posición, originaba el absurdo de apreciar un enclave turístico como el alicantino, dotado características náuticas cual las de cualquier embarcación a punto de zarpar. Pues bien, ella se entretuvo con el vuelo de unas gaviotas, convencida de mi recreo admirando la estampa marítima, sin sospechar que iba a acontecer una de esas manifestaciones del poder de lo real verdaderamente asombrosas… Si lo que voy a narrar apareciera con la vitola de ficción escrita, diríase que hace falta mucha imaginación para ofrecer algo así o gusto extremo por algún título de José Saramago. No obstante, la isla se hizo a la mar. Se fue moviendo poco a poco y aquella vela flameó recogiendo la brisa hasta perderse el cayo, desgajado del todo de la plataforma continental, rumbo a quién sabe donde. Yo callé. ¿Qué iba a decir? ¿Quién iba a creerme? Ni siquiera por amor… Por cierto que, hablando de amor y romanticismo, dan en la tele una película que ya habíamos visto. Con Cary Grant e Ingrid Bermang. Una comedia entretenida, simpática y feliz que se llama INDISCRETA. Reparo en los diálogos, una delicia exquisita y aseguro que tal riqueza de lenguaje ya no se da. Enseguida ofrezco mi propia réplica para constatar que tampoco debe haber personajes como los retratados entre la mundanal compaña nuestra de cada día... ¡Pero si a ti no te gusta el romanticismo!, oigo que ella me comenta al entusiasmarme con la elegancia, el lujo, las maneras, el entorno, la gala… Y, claro- otra vez entre la espada y la pared- he de aceptar que, siendo rico, prescindir de todo ese oropel para el cortejo es descabellado. Igual la conquista amorosa es para bien nacidos y acaudalados solamente… Caballeros y damas que se besan mientras la pantalla se funde en negro y, como ya propuso W. Allen en LA ROSA PÚRPURA DEL CAIRO, abandonan el filme dispuestos a gobernar como navegantes la singladura de una isla a vela, espiando los azares de la luna mediterránea. ¿Habré sufrido una insolación o la cantidad de algas que he tragado durante el baño de esta tarde serán, por indigestión, las responsables de todo este aturdimiento mental?